En la edición de abril del presente año de las Perspectivas Económicas Globales, el Fondo Monetario Internacional (FMI) denominó a la recesión actual como “Gran confinamiento” (Great Lockdown). Es la peor recesión que experimenta el mundo desde mediados del siglo pasado, sólo comparable con la Gran Depresión de 1929.

La principal diferencia con las crisis anteriores es la velocidad a la que están ocurriendo los eventos. Por ejemplo, la Oficina de Investigación Económica de los EE.UU. tardaba casi un año en anunciar una recesión, mientras que ahora lo hizo con apenas cuatro meses, dada la rapidez de la crisis.

Esta crisis tiene una naturaleza múltiple porque implica una amenaza sanitaria, menores ingresos desde el exterior por exportaciones y remesas, actividad económica debilitada, ingresos más bajos a las personas, menos empleo y más pobreza.

Frente a este sombrío panorama, todos los países están tomando medidas para mitigar el impacto de la crisis en las familias, las empresas y el sistema financiero. Sin embargo, el esfuerzo nacional ante la magnitud de la crisis debe ser complementado por la ayuda internacional y, de momento, no parece que se esté activando la colaboración a países emergentes en esta coyuntura.

La mayoría de los países ha optado por ayudar directamente a las familias, ya sea mediante transferencias en efectivo o entrega directa de alimentos. Puesto que varios hogares vulnerables están impedidos de trabajar, los diferentes niveles del Estado han proporcionado este tipo de ayuda a la población.

Sin embargo, la siguiente fase ha sido el apoyo a las empresas, que también fueron afectadas por la pandemia, debido a la caída de las ventas, la interrupción de la cadena de suministro, mayor incertidumbre y una caída aguda de la liquidez.

Uno de los efectos económicos de la pandemia será el cierre de empresas y la pérdida de los empleos asociados. Si es que volver a crear una empresa y todo lo que implica no fuese costoso, no habría problema en esta situación. Sin embargo, la empresa tiene un capital social que ha sido acumulado a lo largo del tiempo mediante la relación entre los clientes, los trabajadores, los proveedores y, obviamente, los emprendedores, que hace ineficiente el cierre de las empresas.

Por tal motivo, es importante ayudar a las empresas de todo tamaño para que puedan continuar sus operaciones dentro de lo posible, en un estado similar a la “hibernación”. Para ello, se deben utilizar varios mecanismos como arreglos institucionales para diferir obligaciones, líneas de créditos para capital de trabajo y remuneraciones.

Estas medidas han sido adoptadas en diversos países en mayor o menor medida según se tenga el espacio fiscal o monetario y la disponibilidad de recursos externos, principalmente a través de endeudamiento externo en los casos que se tenga margen.

Luego de estas medidas, corresponde ir activando gradualmente el “desconfinamiento” o la salida de la cuarentena. Si bien la decisión dependerá de las autoridades sanitarias, debe ser planificada cuidadosamente para que no implique una “segunda ola” o el incremento de los casos por mayor contacto físico.

A nivel internacional, los centros de pensamiento más relevantes para plantear estrategias de reapertura son la institución Brookings y la consultora McKinsey. En sus estudios se ha enfatizado diversas estrategias para reabrir la economía gradualmente, en las cuales combinan el cuidado por la vida (salud) como por los medios de vida (economía).

Es evidente que a mediados de junio los casos siguen en aumento, o “la curva sigue en ascenso”. No obstante, se debe estudiar anticipadamente estas estrategias para abrir paulatinamente las actividades de la forma más segura posible en todo sentido.

Para ello todos debemos utilizar las estrategias de distanciamiento social, las organizaciones deben proveer los protocolos de bioseguridad y el Estado las condiciones de salud, seguridad y facilidad para salir del “gran confinamiento”.

 

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