En el corazón de Bolivia, donde el cambio climático y la contaminación plástica han dejado huella profunda en comunidades históricamente resilientes, surge una propuesta transformadora que entrelaza conocimiento ancestral, innovación tecnológica y compromiso ambiental. Arakuaa —palabra guaraní que significa “conocimiento”— no es solo una máquina: es una declaración de principios, un acto de resistencia creativa y una herramienta para la regeneración cultural y ecológica.
La mente detrás de esta invención es Grecia Bello, una ingeniera boliviana de apenas 24 años, cuya visión desafía los límites de lo convencional. Arakuaa convierte botellas plásticas PET en fibras textiles reutilizables para la confección, pero su alcance va mucho más allá del reciclaje. Es, en esencia, un proyecto que devuelve a comunidades indígenas como la Isoseña Guaraní una posibilidad concreta de preservar su herencia textil, hoy amenazada por la escasez de algodón y garabata provocada por incendios forestales y chaqueos descontrolados.
Lo que otros desechan, Arakuaa lo transforma. En manos de quienes han cultivado por siglos el arte del tejido, el plástico reciclado se convierte en una vía para mantener vivas sus tradiciones, diversificar sus productos y abrir nuevas rutas económicas. En este sentido, la máquina no solo genera fibras: genera oportunidades, despierta vocaciones dormidas y restituye vínculos con la tierra y la memoria.
El impulso para consolidar esta visión también encontró un aliado clave en Santa Cruz Innova, la agencia de innovación de CAINCO. A través del programa Innova Climatech, Arakuaa participó en un proceso de pre-aceleración e incubación que fortaleció su modelo de negocio, amplió su perspectiva de impacto y le permitió trazar nuevas rutas hacia su escalabilidad. Este acompañamiento no solo potenció su alcance, sino que también reafirmó su apuesta por una innovación que nace del territorio y mira hacia el mundo.

El diseño de Arakuaa es tan simbólico como funcional. Fabricada en madera y concebida bajo la cosmovisión guaraní, cada pieza dialoga con la estética, la ecología y la identidad. El proceso es técnicamente accesible: el plástico es lavado, triturado y procesado para obtener fibras que incluso pueden combinarse con materiales biodegradables como el PLA, dando lugar a nuevas texturas, colores y posibilidades creativas. Pero detrás de cada hebra hay una historia de resistencia, de adaptación y de esperanza.
El impacto de esta innovación ya ha trascendido fronteras. Durante su presentación en Fab24, en Puebla (México), Arakuaa captó la atención de investigadores y emprendedores de distintos países, quienes la reconocieron como un modelo replicable de tecnología con impacto social. No obstante, es en Bolivia donde sus efectos más significativos comienzan a gestarse. En Camiri, por ejemplo, artesanos de una universidad indígena descubrieron en esta herramienta una oportunidad para diversificar su producción, incorporando aros, collares y hasta pisos de resina elaborados con fibras recicladas.
Sin embargo, lo que verdaderamente distingue a este proyecto es su filosofía abierta y colaborativa. Para Grecia, la innovación pierde sentido si no se comparte. Por eso, en alianza con Open Fiber, ha decidido liberar los planos de la máquina bajo una licencia abierta, invitando a que cualquier persona en el mundo pueda replicar, adaptar y mejorar Arakuaa. Esta decisión, más que técnica, es política: se trata de democratizar el conocimiento, empoderar comunidades y fomentar soluciones accesibles que generen impacto ambiental, económico y cultural.
El horizonte de Arakuaa no se limita a las botellas plásticas. El equipo ya investiga nuevas fuentes de materia prima, como los residuos hospitalarios —especialmente las bolsas de suero—, con el objetivo de seguir innovando desde la sostenibilidad. Así, este emprendimiento no solo apunta a resolver problemas inmediatos, sino a replantear la forma en que concebimos el desarrollo y la tecnología desde el sur global.
En un país atravesado por desafíos estructurales, proyectos como Arakuaa demuestran que el talento joven, el respeto por las raíces y el compromiso con el entorno pueden convertirse en motores de transformación. Porque cuando la tradición y la tecnología se encuentran, lo que se teje no es solo una fibra: es un futuro más justo, más inclusivo y profundamente humano.